Como esas canciones que se van apagando gradualmente antes de tiempo, a las que más que corcheas y negras les va faltando volumen, materia, y quizá si uno se les acerca pueda presentir algún leve latido, algún llantito, pero la canción ya ha desaparecido.
Antígona de Sófocles parcela la vida de un modo digamos vincular, sanguíneo. Se termina a medida que se terminan dichos vínculos. Antígona ya ha muerto un poco al morir sus padres; ahora, al comenzar la obra, se nos muestra casi muerta del todo al morir sus dos queridos hermanos. Le queda Ismene y con ella no “vincula”.
No es el tiempo el que se le consume. Antígona es una muchacha joven y noble. Lo que la consumen son las desgracias, más precisamente las pérdidas, y más aún las pérdidas de sus vínculos familiares. Yo, parece quedar dicho, soy yo y mis vínculos, yo y mi familia. Y no sólo ella. Creonte, el gran otro de la tragedia, también siente igual. Ya ha perdido a un hijo en la guerra. Ahora pierde a su otro hijo Hemón y acaba de perder a su esposa Eurídice. Pero Creonte no es un desgraciado, un miserable, un desahuciado. Es menos que eso: más que un miserable soy uno que ya no existe, dirá, inolvidablemente el rey. Sólo queda su función biológica, sólo le queda tiempo, pero la vida es otra cosa. La parcelación de la vida no es temporal. Nada tiene que ver con nuestra idea lineal de que a los veinte años nos queda más vida que a los sesenta y menos que a los cuatro. La vida más que tiempo es los otros. Me queda tanta vida como vivos en la familia tengo. Soy uno que ya no existe dice el rey cuando ya no le queda nadie. Yo soy yo y los otros, entonces, precisamos, en donde yo soy un corazón que late y un cuerpo que funciona; un principio de posibilidad, digamos; la vida son los otros. La familia.
Etimológicamente hablando la vida está atada no a un principio abstracto y trascendente, metafísico o genético, sino a los otros de mi familia. Se desatan no por inarmonía sino por deceso. Cada muerte es un hilo. A Antígona se le desatan casi todos. Dice estar sin vida casi. Dice quedarle vida para un último sacrificio. Antígona ni simbólicamente se suicida puesto que carece de vida para quitarse. Ella lo dice a los gritos. Ya los hilos se han cortado y antes de ser un muerto que respira, como lo será su tío déspota, será una heroína y una piadosa y, sobre todo, de nuevo madre y hermana.
Se me ocurre muy nodular esta manera de pensar la existencia. La sospecho en toda la tragedia griega pero la he verificado sólo en Antígona. Bueno sería seguir pensando este asunto de la vida como fruto o lluvia que viene de los otros. Quizá en este sentido la soledad sea una muerte literal. Si Antígona, la más individualista de todas, precisa de los otros para estar viva. Si Creonte, rey de Tebas, lleva su existencia atada a los demás, qué queda para los meros mortales, diríamos, o es que la cosa es al revés...
En fin, mucha tela que cortar en este asunto de la vida... Como esas canciones que se van apagando gradualmente antes de tiempo, a las que más que corcheas y negras les va faltando volumen, materia, y quizá si uno se les acerca pueda presentir algún leve latido, algún llantito, pero la canción ya ha desaparecido.
Muy bueno tu escrito Cristian! Como decis, mucha tela que cortar... "la vida son los otros"... los dioses Griegos atados a sus meros mortales, claro, sin ellos a quién? No hay rey si no hay a quién reinar! Y me gustan los cierres como este. Saludos Cristian.
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