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martes, 2 de agosto de 2011

Necesidad y autonomía. Dos fuerzas que se disputan la poesía.

Dos fuerzas se disputan la poesía. Necesidad y autonomía. Y digo se disputan porque, como caballo y alma yupanquianos, uno tira adelante y la otra tira hacia atrás. Cada vez que cae un verso cae una gota de agua. Ella misma se debate en su interior entre caer y quedarse. Pero cae. Y el siguiente verso caerá también como en mínima cascada. Cada verso posee una vocación de autosuficiencia y eso lo marca el espacio en blanco con el que se cierra. Exige, cada verso, ser leído como verso. Quedarse en él, hacer sentido. Pero hay algo, también en él, que desmiente la pausa, que mira hacia abajo, de reojo, que se asume incompleto, falto. Todo verso siente, en cantidades y modos variables, necesidad y autosuficiencia. Esos dos principios tironean el sentido. En cierto modo, y para usar un lenguaje que le atañe, todo verso está encabalgado. Se suspende, sí, por un momento, en gesto malabarista, pero se deja, luego, caer y asume su dependencia, la gravedad.
     Porque en definitiva lo que cuenta es la gravedad. Y su desafío. Quizá todo lo que un verso demora en caer sea resistencia pura a una ley natural de caída, resistencia a una pulsión de comunidad o cópula. Quizá la resistencia, la suspensión de la gravedad, como un colibrí, sea no una fuerza del poema sino un aleteo incesante del verso. Que no quiere ser más, ni menos, que sí. Son su vanidad y su destino los que luchan.
     La poesía, digamos, clásica, medida, sabía de antemano cuando caer. Podía contar los pasos hasta el blanco y anticiparse. La poesía moderna está condenada, como quería Sartre para el hombre, a ser libre. Entonces debe buscar razones para ello. Para caer, digo. Pero no por eso prescinde de los dos principios rectores de la necesidad y la autosuficiencia. O, si queremos, no por eso dejan de jugar o dejarse llevar por la gravedad de todo poema. Una fuerza impulsa, la otra retiene. En ese sentido un verso es, o lleva dentro, una madre. Que empuja con una mano y con la otra detiene.
     Cada verso tiene el derecho a ser leído en sí mismo, pero también exige el derecho a la cópula. Exagerando, tendríamos tantos subpoemas como versos el poema. Pero el poema es uno y es tensión pura. El final de la guerra no es una bandera blanca. Nadie se rinde porque si se termina el combate termina el poema. Debiéramos decir entonces, para volver a una imagen anterior, que la poesía es una gota al caer, un momento de tensión, un desgarro, un eterno colibrí. Un aleteo incansable que liba una rosa suspendido en el aire.

1 comentario:

  1. Eso somos los lectores, como tu colibrí, volamos de un texto a otro, como si fueran flores de las cuales libar.
    Ahora que parecen estar desapareciendo las mariposas mantengo en mi jardín una lantana,sus flores atraen a las mariposas. Sin mariposas sin colibries no hay primavera ni poesía.

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