La única realidad es el Fantasma
Un lector de Lacan
No se puede estar más lejos de lo Real, dijo el alma
reencarnada de Platón, a la sazón en un burgués londinense del siglo XVII que,
un poco distraídamente, asistía a una nueva representación de Hamlet, Príncipe de Dinamarca de un
dramaturgo y actor de fresca fama llamado William Shakespeare, o más o menos.
No se puede estar
más lejos de lo Real, pensaba con insistencia, casi con amargura, mientras
asistía a la parte del drama en la que un grupo de cómicos extranjeros
representa una obra en la que remedan el presunto asesinato del viejo Rey Hamlet
a manos del nuevo Claudio. No se puede, se decía, y repasaba... El carpintero
construye su mesa inspirado por la
Idea de mesa, arquetípica, exacta, de la cual tendrá que ser,
necesariamente, una mala copia. El carpintero, entonces, en su buena fe, se
aleja en primer grado de la
Realidad a la que debemos aspirar. Pero luego viene el poeta
y construye también una representación, una figuración traducida, de la mesa de
la cual tendrá que ser, necesariamente, una mala copia. El poeta, entonces, en
su buena fe, se aleja en segundo grado de la Realidad a la que debemos
aspirar. Pero esto ya es un escándalo, se dijo. El poeta ahora construye la
representación de la representación de una mesa. Es decir: Hamlet es una mala copia de una mala copia de una mala copia de la Realidad a la que debemos
aspirar. Y con un escándalo íntimo que apenas pudo disimular, continuó viendo
la obra.
Así se enteró de
que, gracias a la representación de los cómicos, el nuevo rey impostor mostró
la hilacha, es decir la verdad. La estrategia del príncipe Hamlet había sido
exitosa. Había desenmascarado la farsa, corrido el velo, despejado la bruma, había
llegado a la verdad, había entendido que allí la única realidad era el fantasma,
la sombra viva de su padre muerto. El resto era pura ficción. Una gran Ficción.
La obra terminó y
el burgués, muñido del alma atónita de un Platón ensombrecido pero lúcido que
no había logrado olvidar, salió a caminar un rato antes de marchar para su casa
en los alrededores de Londres. Entonces creyó entender. Entender que, salvo el
fantasma, todos fingían, es decir, todos representaban, todos simulaban, actuaban,
incluso Hamlet. La obra de los cómicos lo único que hizo fue develar esta
simulación. Entonces vino a su mente su célebre Mito de la Caverna. Si las
sombras proyectadas en las paredes, recordó, era el mundo, entonces el fuego,
comprendió, era la ficción. Pero no la Ficción de la simulación o el engaño, sino la
simulación concertada y vidente del arte. Porque más allá de la realidad
arquetípica, el mundo mismo era una gran Simulación, una obra de teatro
naturalizada y burda que se alejaba más y más de la Verdad. La buena obra de arte,
pensó, es aquella que alumbra de tal manera los objetos que les hace caer el
velo que tornaban la ficción un mero engaño.
Tarde pensó que
se equivocaba. Que no habría que echar a los poetas de la República. Que
la Ficción
(la pensó en mayúsculas) del mundo no puede resistir demasiado tiempo a la
buena ficción. Los poetas son los que dicen a los gritos que la única realidad
es el fantasma, que hasta la muerte es ambigua, que ser o no ser no es la
cuestión sino ser y no ser a la vez, la ficción, que Hamlet se equivoca al
creer que sólo en el Cielo está la Verdad.
Se equivoca porque, o no hay Verdad, o la Verdad está en las tablas
de un teatro, en la hoja escrita, en el verso blanco de un cisne, en la ficción
de la Ficción.. .
Todo eso pensaba
el burgués londinense cuando al fin llegó a su casa. Entonces quiso recordar
aquella tragedia que en sus años griegos había escrito y que, por principio,
rompió. No pudo. Vagos fragmentos se le vinieron a la mente. El resto lo
reconstruyó el del siglo XVII, porque su alma ya empezaba a olvidar.
Muy bueno. Lo único real es el fantasma, genial.
ResponderEliminar¿Quién puede asegurar en este mismo instante no seamos también "una apariencia, que otro nos esté soñando"? -como dijo un tal Borges.
Sí, siempre me atrajo esas gradaciones platónicas camino a lo real. Y pensar el arte como un camino que por muy lejano puede ser el que esté más cerca. No pudo no saberlo, creo yo.
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