IX
Perico mira las nubes de pájaros pasar por el cielo. Siempre.
No se detiene, como a veces él mismo piensa, en el primero de los pájaros,
tampoco en el último. No se interesa mayormente siquiera en los pájaros del
pelotón. A Perico Remón lo atraviesa un segundo. En qué piensa el pájaro aquel que
no va primero, en qué piensa el pájaro que no va último, en qué el que no se
confunde del todo con la masa compleja de pájaros de la nube. En qué piensa el
pájaro que Perico piensa, desde abajo, desde siempre, como un ave que sólo se
puede pensar por todo lo que no encarna. Perico se detiene y lo redime de
lástima, primero, luego le sonríe. De pena también. La segundidad, piensa, es
una aceptación y una inutilidad, una confirmación y una impotencia. Un grito
cuya algarabía no puede distraernos la desesperación. No puede fingir
indiferencia el pájaro que vuela cerca del vértice del triángulo pero no es
sino origen del lado. No puede fingir victoria porque no ha vencido, ni derrota
porque no ha cejado. No deja de pensar Perico, en la orilla pobre del gran río,
en el aire que no lo roza porque hay otro que lo conserva, ni en el aire que no
lo deja porque hay otros que lo precisan. Será triste, se pregunta en su trozo
hueco de madera, parado sobre cubierta, será sabio, se interroga, y se
ensombrece la cara hasta la boca con la mano en la frente, la cara interesada hacia
el cielo, será la única posibilidad. Cambiarán sus sitios, se consuela, pero
él, el pájaro que mira, siempre volará antes o después, al lado o debajo,
vencido o por vencer. Sabe que ser el segundo es menos una posición relativa que una manera de volar. El triángulo es perfecto, piensa.Hay cosas de la geometría que no cambian.
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