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lunes, 2 de diciembre de 2013

El sitio

a Matías, que de haberlo leído habría entendido


Fue verdaderamente una pena. Un simple incidente callejero devenido en tragedia. Te corrés de ahí, le había preguntado ella. No puedo, se sinceró él. No puede ser que no puedas, insistió ella. Las cosas son así, se disculpó él, la verdad, la única verdad es que no puedo. Y el diálogo continuó así, con variaciones, unos diecisiete, dieciocho años. Hubo respiros, pero se pudieron contar más ahogos. O es que los ahogos son más duraderos. A nada llegaron en el juicio. Él le dio lo que tenía, casi nada. Ella ganó lo que quería, su derrota. Ayer pasé por el lugar del hecho. La fila no había avanzado casi nada en los últimos tiempos. Él está viejo y con la barba crecida. Ella está divina cuando mira alrededor o sabe que alguien la mira. De noche ella es tan triste como él. El tiempo no pasó en vano. Lo que se fue en vano, sí, fue el espacio. Él jamás pudo moverse de allí y se le notaba la sinceridad en el rostro de un pasado esfuerzo y una incesante derrota. Fue en verdad una pena. No sé si grande, pero sí poderosa. No tuvieron hijos para nada. Ella se compró un perro que pasea todas las mañanas, descalsa, delante de él, tratando de no enredarse con su barba de años. Él pasea su desconcierto, quieto, por las inquebrantables calles de la ciudad de La Plata.


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