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martes, 5 de agosto de 2014

Lo imborrable. Canción de gesta



Yo era chico cuando ocurrió esto que ahora cuento. Recuerdo que agarré el camino de siempre y fui al paso lento bajo el sol inolvidable de febrero. La sombra del caballo alargado por mi sombra nos seguía sin ansiedad. Pasé, recuerdo, por la casa del peón y le grité por las dudas, aunque lo más probable era que a esa hora ya durmiera. Lo llamaba la siesta a Pepe. El alazán manchado que montaba tenía algunos puntitos de sudor ya en la parte en donde empiezan a caer, lacias, las crines. Pero no se quejaba. El campo, en derredor, yacía. Es probable que en el monte no haya habido ningún pájaro sobre el silencio. Recuerdo incesante el camino.  El caballo conocía el rumbo a la única tranquera. Estaba medio abierta y entré. Desaté el caballo después de bajarme. Los árboles, en derredor, sumaban verde. Presumo que me acomodé el cuerpo para caminar, ahora, sin el caballo. Debo haber preparado un mate. Luego es probable que me haya quedado pensando, poco a poco, en alguna cosa. 

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