a Juan, fotógrafo, amigo, y a veces mago
Quizá la vez que de manera más honesta aspiré a contar mi
vida, lo hice a través de la fotografía. Yo no sé de sacar fotos, claro, pero
me dedico a escribir, y quizá, pienso
ahora, no se trate de actividades tan distantes.
Decía que la vez en que más íntimamente quise meterme con el
pasado de mi vida, me metí con la fotografía. Ahora, paso a pensar por qué. Y
pienso en la estricta arbitrariedad del acto de recordar. Y en mi caso en
particular, la doble arbitrariedad. Un capricho es espacial, el otro temporal.
Entendí, creo, en ese momento, supe que mi recuerdo era
fotográfico. Es decir, un recuerdo que recorta la realidad, interesadamente,
aunque de manera más o menos involuntaria, no sólo en el espacio sino también
en el tiempo. Porque el recuerdo, al menos en nosotros los desmemoriados, viene
menos asociados por el tiempo sucesivo que por el sentido que de él
desprendemos. También la fotografía. A diferencia de una proyección
cinematográfica, en la que hay sucesión temporal, la foto no tiene tiempo que
la preceda, ni tiempo que la suceda. La foto es una pila de sentido recortada a
mano por un recuadro, cuyo sentido es una detención del tiempo y cuatro tajos
en el espacio. El fotógrafo ha creado un mundo dentro del mundo. Una realidad a
la vez extraída, dislocada y paralela, a la realidad.
Pero la analogía de la fotografía con cierta forma del
recuerdo es parcial e injusta. El recuerdo no aspira a ninguna calidad, aspira a
la necesidad, o al sentido. La fotografía, en cambio, no se contenta con el
fondo y, si se trata de buena fotografía, va también por la forma. Entonces
quien dispara se volverá geómetra y buscará líneas y planos, se hará pintor y
forzará colores y fugas, se volverá mago y sustraerá objetos y agregará
conejos.
Porque la fotografía, también, es una forma de la magia.
Este es su costado más esmerado y trabajador, su lado más talentoso. La
fotografía es una máquina de crear pasado, recuerdos incluso, para volver sobre
el comienzo. La fotografía pergeña ficciones que a lo largo del tiempo parecen
reales. Puede volverse aristotélica, por ejemplo, y recrear un mundo no como
era sino como ella cree que debería haber sido. Puede volverse platónica, y no
abandonar la vocación de extraerle la Flor a las flores, la Belleza, a una
mujer.
La vez que quise recuperar el mundo que el tiempo inevitable
me había escamoteado, repito, lo hice sin prescindir de la fotografía. Imaginé
o recordé, ya no recuerdo, fotos de un pasado que de tanto escribirlo ya se ha
vuelto real. Ahora que miro, no sin admiración, las fotos de Juan, empiezo a
entender por qué. Las buenas fotos no se sacan. Las buenas fotos, las hermosas
pero también las expresivas, esas se extraen, se le sacan al mundo. O, mejor,
magamente, se inventan.
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