El único lector atendible es la
posteridad, decía mi abuelo, minutos después de alcanzarle, la cara llena de
amable gratitud, un par de cuentos o poemas a los chicos del suplemento
cultural del Diario La Hora del
pueblo. El suplemento se llamaba, excesivamente, “los contemporáneos”, y era un
rejunte de notas sobre alguna película estrenada la semana pasada en los cines
de Buenos Aires, de concursos, de premios, y de textos que les facilitaban, con
esforzada indolencia, los vecinos escritores, que los había.
El único lector válido es la
posteridad, decía, y le palmeaba la espalda y los brazos a los chicos en
ambiguo gesto de afecto y deseo de que no demoraran la partida. Esto, si no me
justifica, al menos explica mi ocio en vida, decía. Lo otro, lo que quizá jamás
yo publique, lo que quizá publiques vos o nadie, es lo que acaso me justifique
en serio, si es que esa pretensión no es ridícula. Y la posteridad, ese lector
con tiempo, decía, es el único lector que vale la pena. El resto, esas
basuritas que publicamos a diario, como todos sabemos y muchos ya han dicho, es
como esas chapitas que brillan en los hombros lustrosos de los comisarios y los
brigadieres. Un buen lector, decía, por definición, nunca puede ser
contemporáneo. Son buena o mala gente, buenos o malos amigos, corteses o despóticos,
rencorosos o altruistas, pero no lectores
cuyos murmullos puedan ser tomados en serio. Pero con algo debemos entretener
la vida, ¿no es cierto? me decía y me sonreía sabiendo que yo, a mis seis u
ocho años poco o nada podría entender de todo eso. Pero hoy lo recuerdo y lo
atiendo.
Mi abuelo sacó el Premio
Municipal de cuento en el 45. Lo recibió, me contaron, diciendo que aprovechaba
el micrófono para agradecer, por supuesto, el “invalorable reconocimiento” (como
se ve, mi abuelo nunca mentía del todo) y para decirle al Pelado Monte,
carrero, que le debía todavía cuatro arreglos de sulky, una rueda, y dos
enganches nuevos. El abuelo era herrero, ya lo he dicho, y de los dos cuadernos
rojos que dejó aún no me decido a publicar nada.
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