En poco espacio yacen los amores
y toda la esperanza de mis cosas
"Soneto XXV"; Garcilaso
de la Vega
Detrás de todo hay un enfermo, eso es verdad, pero no
alcanza. Una variación sobre este tema sería la siguiente: el motor de la
historia es la enfermedad. Esto también es cierto, pero me deja también en la
misma falta. La falta de saber con qué lado del cuerpo, el lado sano o el
enfermo, trabajan los sabios. Roger Federer, Jorge Luis Borges, Diego Maradona,
Van Gogh, Rafael Nadal, Shakespeare, Chopin, Fangio y Rimbaud. Con qué parte
del cuerpo dibujan la raqueta o sirven la palabra, trazan la pierna o conducen
el pincel, percuten las ruedas o fingen un reloj.
Hubo un hombre acá
en La Plata que
lo dijo casi todo. Dijo que todos éramos discapacitados, sí, pero que había un
perímetro (y nunca nos condujo al rincón del ring side donde había que buscarlo)
en el que también dejábamos de serlo. Y vaya él si lo logró. La lógica más simple
indica que ese perímetro es el lado sano del cuerpo, la pata de hueso, digamos,
la mano hábil. Sin embargo no creo que esa sola, así tan sola, sea la
respuesta.
Tampoco diré que
la respuesta esté al otro lado del césped, no, pero es evidente que estos escasos,
raros hombres que nombramos no han dejado de lado su enfermedad para llegar a
encarnar de manera tan grosera la sabiduría. Claro que lo que digo, lo que
sigo, es una mera y vaga intuición, y así debe ser bebida. Nada de rigor, y no
por que le rehúya a él sino porque a veces me arrojo a mares en los que siempre
me hundo. Diré, decía, que la cosa, sospecho, está en no despreciar la mano
manca, en no jugar siempre del lado del drive, más vale jugar en ella, en la
renguera, arrastrarse en ella, dedicarse a ser manco, ser más que un ciego, buscar
las palabras de la mudez.
No agrego nada,
ya lo sé, sólo un planteo obvio y una vaga intuición. La enfermedad está detrás
de cualquier quiebre de saque, detrás de cualquier gol a los ingleses, de
cualquier mundo alucinado de hermosos jardines paralelos. Detrás de todo, digo,
hay un enfermo cuya cama blanca de hospital es un velódromo para viajar a 240 o
escribir que la verdadera vida está ausente. Ahí se juega la vida. Ni en uno ni
en otro lado del cuerpo. Sencillamente porque no los hay. No hay lado sano. No
hay lado enfermo. Hay un cuerpo que te aprieta tanto, que te arroja tanto, que
te tira al suicidio, a la vida santa, o a la sabiduría. No sé cuántas cosas
deberán pasar para caer uno en uno u otro lado de la red. Sé que algunos
padecen de una enfermedad, de una desesperación crónica cuya única cura es pergeñar
un punto en un sótano porteño desde el que se ve sin pausa o sin tiempo el
universo en su totalidad. Y eso, no jodamos, eso no es síntoma de salubridad.
La enfermedad, sobre todo la mental, ha sido relacionada, sin certeza, con la creatividad. Bustriazo Ortiz dejó de ser alcohólico y no escribió un solo verso más.
ResponderEliminarY yo sigo preguntándome...