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lunes, 13 de agosto de 2012

Nuestra la escoria


Cualquier hombre con talento mecánico, puede producir,
a partir de los escritos de Paracelso o de Jacob Behmen,
diez volúmenes de igual valor a los de Swedenborg,
y a partir de los escritos de Dante o de Shakespeare,
una cantidad infinita de volúmenes.
(William Blake; Matrimonio del cielo y el infierno)

Suyo es lo que perdura en la memoria
del tiempo secular. Nuestra la escoria.
(Jorge Luis Borges; “El otro”)

No es cosa difícil ser Borges después de Borges, sabía decirme, no sin dirigida ironía, un rígido  amigo mío. Lo difícil es haberlo sido antes; cosa que un sólo hombre ha conseguido. 
     Y si no carecía de cinismo, tampoco carecía de razón. Lo había predicho doscientos años atrás el no por nada visionario inglés William Blake. A él le debo, al menos yo que no le conozco precedentes, este inspirado y poderoso concepto de talento mecánico, cosa que dice al pasar, como dejándolo caer, al final de una "memorable fantasía", y a mí me ha costado meses, y aún no lo logro, emerger del asombro por tamaño hallazgo. Un “talento mecánico”. Me parece grandioso. Porque no dice “capacidad” o “habilidad” o "destreza"o cosa parecida, más vinculadas a lo aprendido que a lo traído o recibido, quién sabe, sin fuerza. Hablar de talento mecánico supone una  franca valoración de tal “posibilidad”. No es peyorativo el juicio, para nada. Simplemente separa la paja del trigo. O el trigo de un trigo. Supone Blake, supongo, que hay quienes nacieron para usar de manera diestra, noble y hasta quizá sabia los instrumentos de los que disponen, y hay quienes los han creado. Sospecha, sospecho, que hay quienes copian de manera sorprendente, intachable, encomiable, hábil y envidiable los hilos finos y apenas blancos que recorren sin esfuerzo pero no sin gracia la extensión verde de una hoja de plátano, y hay quienes pusieron en pie el primer árbol.
    Ojo. No dice, no dice para nada, no sugiere ni insinúa siquiera tenuemente que tal labor sea fácil, despreciable o insignificante. No se pronuncia sobre ello. Pero trata de no confundir el agua limpia y clara de una fuente con la limpieza o claridad del mar.
     Borges le suma una letra. La mayúscula. Borges dice que, démosle el nombre que le demos, un Fuego íntimo alumbra y enciende la obra de unos pocos. Homero, Cervantes, Milton. El resto deberá contentarse, o enfadarse, con las nobles sobras.
     No descarto del todo la idea de algo similar a un dios dador del talento o de las condiciones necesarias para escribir El paraíso perdido o Don Quijote de la Mancha, pero prefiero no meterme en ese terreno. Quiero decir: no sé si viene, se busca o se encuentra. Sí hay algo en lo que voy a coincidir con ambos poetas (y este breve texto pueden servir de mínima ilustración de la idea que es de ellos): no se trata del porcentaje de transpiración; se trata del talento creador (que casi pongo con mayúsculas). Ese talento, esa arbitraria savia corre por las venas de un hombre tan de vez en cuándo que cuando llega dura siglos. Corrió por las venas de Shakespeare y de Beethoven, supongo, de Chopin y de Rimbaud. De ellos tratamos de beber los mejores tragos y de tocarles las mejores notas. Lo mejor, lo más decente, honesto o noble que podemos hacer quienes ya nos hemos resignado, apenas tristemente, a la pálida copia, es aceitar con tiempo los mecanismos del talento, en caso de tenerlo. Y eso sí, supongo, viene con la transpiración.

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