Amábamos esa foto. “El tío Héctor” se llamaba, aunque ignoro
por qué. No ignoro el nombre de mi tío, lo que me resulta llamativo es el
nombre de la foto, ya que no figura él en ella. La foto es simple. Un río
quieto y sin gente. Si nombro algo más, mentiría, quiero decir, no sería del
todo fiel a lo que creo es el espíritu de la foto. Lo único que se ve es eso,
un río calmo y azul y un vacío de gente. La arena no cuenta. Es evidente que quien tomó
esa foto no prestó atención a la arena. La arena huelga, enmarca el resto. Tampoco los árboles al fondo, ni la isla. La
ausencia de gente sí que está y eso también se nota. Eso también es parte del
deseo, si se me permite la expresión, de la foto. La ausencia de gente es tan
constitutiva del alma de la foto que pasarla por alto sería estar en falta con
ella. Es muy notorio, al menos para mí y para todos los que amamos esa foto,
que ella se describe, o se inscribe, con dos frases, que todo lo demás es superfluo. Un río
quieto y sin de gente. Así. El resto no cuenta. Ni siquiera lo que parece ser un pequeño barco blanco a vela allá atrás. Quienes han visto la foto, fuera de
nosotros que la amamos casi ciegamente, reparan en detalles que nosotros nunca
habíamos visto ni volvemos a ver después cuando algún otro repara en él o
en otro similar. Nosotros le explicamos lo del espíritu, lo del alma, lo del deseo,
incluso lo de la proyección en el mundo sensible, pero todo es en vano. Terminamos
reducidos, siento, a un amor en gueto, a un amor sectario, quieto, ausente, casi absurdo, solitario. A un amor
sin nada, como le gustaba decir al tío.
Muy lindo relato Cristian, un abrazo a la distancia.-
ResponderEliminarCertera prosa.
ResponderEliminarSaludos.