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sábado, 15 de septiembre de 2012

Memorias


Viví mal pero poco, me dijo. Me viví, de algún modo. Me perpetué en la parte ondulante del único pétalo lánguido que me interesaba. Jamás me dejé alcanzar por las tijeras de podar. No morí en vano. Lo puedo decir. Jamás fui póstumo. Ni contemporáneo de lo ajeno. Los dolores en el estómago me impidieron olvidarme de la grieta larga de la vida. Las drogas también. Y todo tipo de pastillas. Toda mi vida fue una rampa, un tobogán, un abismo. Caí pronto, sí. Acaso menos mal. No supe o no quise nunca ser abstracto. Morí antes. La muerte no es serena. No hay misterio si hemos andado a las caídas como Jesús al borde de las vías del tren. Viví mal, es cierto, pero no tanto. En cierto modo eso es vivir bien. Viví bien, sí, es cierto, y quizá no fue tan poco. Tiré todas las piedras. Morí sin nada. Los médicos dijeron que morí del todo. Eso no estuvo mal. No dejé de arremolinar la laguna en la que nadó la blancura de mis padres. Fui animal. Rubio. Eso no es poco, no crean. Fui una bestia peinada al ras, una bestia perfumada de sal y aceite quemado. Fui reciente. No fue poco. Todos los tajos del cuerpo son rayas para la memoria. Una parte de mí no morirá del todo. Por eso escribo. No para la eternidad. Escribo por los tajos. Porque estoy escrito escribo. Es imposible morir así. Ni dormir se puede casi. No seré eterno porque no hay mal que dure mil años. No seré Dios, eso ya lo sé. Prefiero esta raya terca en la garganta. Esta pulsera de rouge. Este trago de anís para las ratas. 

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