Desconozco si es de regreso el camino que recorro,
si es de ingreso el alambre atravesado que perforo.
Ignoro la razón o cuándo fue que decidí poner un signo en el
tajo ancho
que separa aún sin remedio mi planta rosa del dolor de las baldosas.
Y a mi lado un mate verde que resiste. El paso de la lluvia
resiste.
Es inútil tener miedo pero es insuperable, tener miedo.
Desconozco las bondades improbables de los signos que he
impreso.
Nadie ha leído después de todo casi nada pues quizá no ha
sido escrito.
Nadie descreyó de mi tambor pues aún nadie lo ha oído.
Y a mi lado un pelo rubio que resiste. El peso de la lluvia
resiste.
Fuiste bárbaro eso sí. Me lo dicen los perros arenosos de
una infancia intramitable.
Ignoro si el camino que desciendo es un camino que desciendo
o es un techo
por debajo del cual está la dicha, por debajo del cual está
el abajo,
por arriba del cual es imposible, innecesario, para qué.
Por debajo de todo está el infierno.
No ignoro que tapo cuando escribo y el único desvelo es la
inmundicia que aromo.
No hay desvelo, señores, sépanlo que no hay desvelo. Apenas
hay cariño.
La vraie vie est paseé, me parece que se dice así, la vraie vie est absente.
Han sido muchas las palabras que no han valido la pena ni la
valen,
nada cuesta la virginidad o casi nada porque la pena es
robadora, es impía, es hundidora.
Les exijo que no lean estos signos invisibles,
nada hay detrás que los sostenga.
Detrás de todo estoy yo, y yo no existo.
Antes estaba yo, y yo existía.
Pero jamás se me hubiera ocurrido, niño,
la infantilidad de dejar de correr para decir que corría.
la infantilidad de dejar de correr para decir que corría.
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