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martes, 5 de junio de 2012

Diálogos II


Supongo que ustedes, compañeros,
recuerdan que en una época
me volví marino de agua dulce,
aunque por poco tiempo.
Joseph Conrad; El corazón de las tinieblas


- Salí de acá.
- ¿Por qué lo hacés?
- Salí, no seas salvaje.
- ¿Para quién lo hacés?
- Salí, ¿no te das cuenta cuando no te quieren?
- Nunca te gustaron los buenos espejos a vos.
- ¿Y a vos?
- A mí los espejos ni se me acercan.
- Quizá porque no existís.
- Ya voy a existir, tené paciencia.
- Sádico.
- Siempre preferiste los espejos buenos, perdón, los espejitos buenitos. Las margaritas mágicas.
- Vos también, lo que pasa es que vos te buscás a la sombra, cuando nadie te ve, solo.
- Dicen que es preferible.
- Forro.
- ¿Qué pasa? ¿Ya no usás las palabras como antes? Forro... Antes me decías otras cosas más exactas, más líricas.
- Las uso como quiero, bueno, como puedo.
- Como quieren, dejame que te corrija levemente, como pueden. Espejito, espejito...
- Vos no sos ni tan despiadado ni tan implacable. Nos conocemos.
- ¿Insobornable? ¿Esa es la palabra que estabas buscando? Antes las palabras te quedaban cerca, ahora parece que se te hubieran ido, ¿puede ser? O siempre usás las mismas. ¿Son las que la margarita conoce?
- Estás intratable.
- Antes te gustaba. Estabas orgulloso de mí. Te vanagloriabas de mi vida de asceta. Te gustaba quedarte a solas conmigo porque me decías que yo no era compañía para nadie. ¿Qué pasa? ¿Le tenés miedo a la oscuridad ahora? ¿Te volviste niño?
- A vos te tengo miedo, a vos, a tu sombra absurda.
- ¿Y esa retórica? Antes no hablábamos así. Te volviste un dulce cariño. Un tierno.
- ¿A qué viniste?
- A pedirte que lo pienses. Los dos estamos solos. Vos con tus espejitos, yo, entre la pluma y la pared. ¿Venís?

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