luego otro, raudo, apenas enfático y el agua, translúcida y verde,
repiensa su retirada hacia el fondo circular y oscuro del que todo viene,
al tercer aire, definitivo y sonoro, el agua flotante y móvil, en reflujo, se pone
ausente,
obediente, sí, de la fuerza movediza que lo llama sin violencia ni tutía,
la hierba parece sola, olvidada casi, con las hojas implorantes,
y el borde entibiado, entonces, comienza a volverse
lentamente triste,
la opacidad parece ganar un viejo y reciente fulgor
y un abandono descuidado y seco para sí lo recupera todo.
Entonces sólo hay que esperar el derrame que viene de arriba,
la lluvia chorreada y unánime que como un río angosto baja y se vuelve,
el lazo curvo de río transparente que se estira, se alarga y desciende,
el lazo curvo de río transparente que se estira, se alarga y desciende,
reflota así progresivamente la hierba dilatada con esferas
transparentes,
irisadas, hasta el borde, indecisas como espuma,
y vuelve la pleamar,
irisadas, hasta el borde, indecisas como espuma,
y vuelve la pleamar,
se aviva de este modo la mano cóncava, la parte oscura, del
lado de la palma,
se eleva todo luego hasta el encuentro que encuentra y devuelve el
sentido,
hasta el hallazgo más que tibio cálido, reiterado, que yace allá como un niño en espera,
segundos arriba,
como un puerto ansioso de sed, de hambre, de amor, de recuerdo
mutuo, de humedad.
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