Hubo una seria tradición medieval, en el ámbito de la
literatura en lo que a estos esbozos competen, consistente en el interesado
oscurecimiento de los materiales, a fines, se decía, de combatir el ingreso de
legos al campo sacro. Una suerte de puente levadizo en alza, elevado en
vertical sobre unos fosos en cuyas aguas los meros hombres del pueblo se
ahogan, o a cuya vista se asustan y resignan.
El procedimiento de oscurecimiento de la materia divina
podía consistir, y a menudo en ello consistía, en la inversión, gradualmente
intensificada, del orden convencional, natural, o al menos más legible de una
frase. Este hipérbaton ascendentemente reforzado llegaba a los límites de lo
ilegible. Se preservaba así, como un cofre provisto de duras llaves, un
significado reservado sólo a aquello quienes tuvieran el tiempo, la necesidad,
la vocación o el entrenamiento para encontrar las claves y el posterior
desciframiento.
Había allí, como se ve, una claridad abrumada, una luna
velada, adrede, por procedimientos identificables, discernibles y explicables.
Pero me interesa más aquí el concepto de la claridad
subyacente, la luna clara detrás del velo de nube, que los procedimientos de
oscurecimiento, la voluntariedad de dichos trabajos, o los móviles que a ellos
han llevado.
Quiero decir que me interesa el concepto de lo reductible de esa oscuridad, de esa
dificultad. Quiero nombrar esta trama como la
complejidad reductible, más allá de procedimientos, intereses o móviles.
Pienso en ciertos poemas de Góngora, de Quevedo o incluso,
para venirnos mucho más acá, de Lorca o de Girondo. En muchos versos de estos
poetas hay una evidente, pero, en un sentido, superficial complejidad. Y digo
superficial y no es peyorativo el término. Digo más: pretende ser meramente
descriptivo. Con esto quiero decir que en estos textos a los que me refiero sin
nombrar (pero podríamos pensar en las Soledades,
en los Veinte poemas..., en ciertos
tramos del Romancero gitano, etc.)
existe por lo menos una capa de claridad por debajo de las otras que nos
enturbian o nos atarean el sentido.
Pero podría pensar también en autores en prosa como Borges,
en cuyos textos más ricos encontramos estas capas que nos ralentan la lectura,
que la densifican o la divierten, pero que no niegan o borronean el sentido. La
larga erudición, la intertextualidad, las citas en latín, los textos apócrifos,
etc., pueden dejarnos por fuera de algunos niveles de lectura, pero no resistir
un sentido perfectamente racional del texto.
Se trata, insisto, de una complejidad que, operaciones de
inteligencia mediante (como la de entender que cuando Girondo dice dados dice
casas, cuando dice velo de novia dice redes, etc.) es pasible de ser
clarificada. Y eso porque existe, en efecto, una cosa diáfana a la que, capa
tras capa, podemos ingresar.
Pero existe otro tipo de complejidad a la que me gustaría
llamar irreductible. Pienso, en
principio, y de manera más o menos obvia, en Rimbaud. No quiero decir con esto
que Una estación en el infierno, pongamos
por caso, carezca de sentido, no. Lo que pretendo significar es una trama que
no se puede pensar por capas. Ya no se trata de un sentido primigenio, claro,
diáfano, aprehensible con las categorías mentales disponibles, que luego sería
oscurecido por la añadidura superficial, no superflua, insisto, de otros
elementos ajenos o discernibles de esa claridad inicial. Se trata, pues, de una
complejidad intrínseca, de una oscuridad debajo o detrás de la cual no se
esconde más que ella misma. El sentido (pienso en poetas como Juan L. Ortiz,
pero la lista podría ser larguísima) es una suerte de borroneo, de vaguedad.
Son representaciones, se me ocurre o arriesgo, que yacen al margen de las
categorías de pensamiento disponibles de quien lee y, quién sabe, de quien
escribe.
La poesía, en general, y simplificando mucho, de Rimbaud
para acá, se ha mantenido en esas texturas. No hay luna y velo. La luna y el
velo son una misma y vaga cosa que se resiste, una y otra vez, a nuestra
vocación de inteligentes. Hablo de un fracaso insistente. De una burlada
tenacidad. De un amor incomprensible.
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