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domingo, 2 de marzo de 2014

Borges y vos. Sobre Cuentos que caben en el umbral, de Fernando Alfón


Jorge Luis Borges, 1899, pudo haber sido el bisabuelo de Fernando Alfón, 1975, sin embargo no lo fue. Fue el padre. Bueno, o el tío, según la teoría. Pero claro que cuando digo padre o digo tío hago metáfora. Esa vieja metáfora de las ascendencias.
     Góngora, 1561, pudo haber sido el abuelo de los abuelos de los abuelos de los chicos de la Generación del 27 en España, sin embargo no lo fue. Fue, otra vez, el padre, o, para ser más precisos, el tutor.
      Porque hay una diferencia grande entre ambos buceos en el pasado en busca (o al encuentro) del padre perdido. Y es que la Generación española buscó en Góngora un símbolo, no mucho más, acaso un permiso. Alfón en Borges buscó un modelo, un manojo de herramientas, y una manera de hacer.
     ¿Entonces en literatura ya no es obligatorio el consabido jueguito de matar al padre para casarse con algún primo lejano, o consigo mismo? Parece que no. O, al menos, eso es lo que podríamos derivar de ejemplos como los de los Cuentos, por lo claro, lo unívoco y lo feliz del gesto. Alfón ha apostado a la piedad, o, a lo mejor, a la sana indiferencia. Menos que a matar, recurrió a su pasado (y el de su biblioteca y el de las bibliotecas vecinas y el de las bibliotecas del mundo) a recoger un posible reflejo. O un espejo que lo reflejara. El resultado es admirable: Cuentos que caben en el umbral (2013).
      Claro que al tratarse de un gigante como Borges, uno podría agregar que más que al oscuro fondo de la historia, Alfón simplemente giró la cabeza, o respiró el aire, o leyó algún azaroso libro y ahí lo/se reencontró. En esa tesis Jorge Luis sería menos un bisabuelo de Fernando que un viejo contemporáneo.
     Cualquiera sea la tesis, empero, hay algo que resulta de por sí (y pensando también en algunos otros ejemplos) incuestionable. Y es que el libro de Alfón, si bien no recurre a las armas para derrocar antepasados de sombra larga, sí mata por omisión. Mata una época (o deja sin vida, mejor) acaso ya medio muerta, es cierto, una manera de prosperar, un rito iniciático, a saber, el de inaugurarse, el de fundarse, el de la ceremonia inaugural en la que matar era un gesto obligatorio.

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