A Haroldo Conti, en vida
Nací en una tierra equivocada. Esa es una posibilidad. Crecí
en dirección fallida, desviada, esa es otra. Las semillitas que me dieron origen,
y que sin dudo llevo adentro, adolecían de precariedad, de determinismo, de
insuficiencia. También. Alguien debe explicar, alguien debe expiar esta
duplicidad.
Quienes vienen del norte, me llaman álamo verde. Álamo
blanco me llaman los que vienen del sur. Del este según la hora me ignoran o me
entienden transparente. Del oeste, según el sol, sólo me ven la opacidad. Y
siguen.
Pero el dolor no está en los colores. No es posible, o no lo
entiendo, cómo no sea posible, o no se entienda, que mi color no está en la
hoja. O mejor dicho en su quietud. Cómo es posible que a nadie se le haya
ocurrido verme de cerca, sentarse a ver, verme flotar.
Es evidente que de ningún punto cardinal puede venir aquel
que de verdad desee perder el tiempo en verme. Tampoco desde el aire. Después
de todo ir a ver ya me parece una
contradicción. Mi experiencia de árbol me dice otra cosa, pero no es a
aconsejar a lo que he venido. Y tampoco
sé si en verdad he venido.
Es evidente, decía, que desde ningún lado nadie puede
arrimarse a mi arboricidad. Quizá por mi insignificancia, esa es probable. Pero
también porque mi condena, por alguna misteriosa razón, es la fugacidad. Parece
cuento, un árbol que habla de movimiento, pero ahí estoy yo, en lo mínimo, pero
en el movimiento, en esa inestabilidad.
Alguien deberá pagar la culpa o me tendrá que acostumbrar.
Soy blanco, soy verde, me pregunto, soy doble, nada de eso soy, me interrogo. Y
no me respondo, claro. Porque los árboles no saben hablar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario