A Don Mendoza, que entendió
Había llovido en Francisco Madero. Era agosto. Yo tendría unos once años. Mi abuelo despedía en el galpón a uno de sus más estimados clientes. Vi desde la casa a través del vidrio roto del galpón cómo se tendían la mano y se despedían. Yo había soñado mucho la escena que ahora me disponía a provocar y estaba ansioso. Me acerqué hasta el galpón y me quedé mirándololo al abuelo. Había llegado mi momento. Rompí el silencio. Por qué, le propuse, en vez de hacerle una pequeña marca al borde de la rueda después de terminarla, no la firmaba con su nombre entero sobre el hierro circular, cada diez o doce centímetros, a fin de que las huellas de sus sulkys, y todo el suelo del pueblo, quedaran rubricados con su nombre. Mi abuelo creyó o fingió no entender del todo mi idea. Yo insistí. Lo invité a imaginar. Dos largas tiras de tierra, polvo o barro, de unos siete o diez centímetros de ancho, rubricadas por el hombre que las creó o les mejoró el dibujo. El abuelo movía levemente la cabeza con gesto de contrariedad o pena, esperando con paciencia que yo calmara mi entusiasmo. Finalmente terminé. El largo silencio siguiente fue sólo interrumpido por una respiración honda del abuelo. Luego me tomó la mano. Me condujo en silencio y sin prisa hacia el sitio por donde se había marchado Don Mendoza. Se arrodilló hasta ser de mi estatura. Me señaló sin hablar las dos huellas negras que había dejado el sulky de su cliente. Con un tirón seco pero tierno de mano me invitó a no dejar de mirarlas, a seguirlas hasta la esquina en donde doblaban y se perdían. Yo quise hablar pero su mirada fija sobre los trazos negros fue una invitación a no dejar de mirar. Pasó un tiempo infinito. Levemente humillante. Me sonrió con una tristeza que nunca voy a olvidar y se fue a trabajar al galpón. Yo agache la cabeza y me fui a llorar al laurel que estaba cerca del gallinero. Hoy, a más de veinte años de aquel recuerdo imborrable, no sé exactamente lo que me quiso decir.
Creo que describís la grandeza de la humildad. Es muy emotivo este texto, conmovedor. Me encanta. Aunque resulte una perogrullada: lo bueno, cuando breve...
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