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lunes, 21 de mayo de 2012

El río que piensa (sobre "La sangre derramada", de María Laura Fernández Berro)


Lejos del río abstracto y mental de Heráclito, el río de María Laura tiembla, se hace barro, remo, sombra, sangre, tierra. Lejos del río apático e insensible del griego, el río de María Laura tiene todas las pasiones adentro. Sufre, goza, late, vibra, huye, duele, se queja, ríe, huele. Lejos del río de Heráclito pero cerca, el río de María Laura, quizá sobre todas las cosas, el río piensa. El río es una lengua de agua que habla pero es también una lava roja que piensa. Y como el río de Heráclito, el río de María Laura, su pensamiento, fluye, cambia, siempre, siempre ya es otro.
     Fundar un espacio, dijo alguien cuando aún era joven, es también fundar una literatura. Y si bien la literatura de María Laura ya había sido hermosamente fundada años atrás, restaba aún ponerle un nombre, darle un color, un sitio a esa poética que, veíamos, se amasaba. Ese nombre es el río. Perdón. Ese nombre es un río. El Río de la Plata, pero también, a no dudarlo, el río de La Plata. Que no es lo mismo. Porque si el libro se toma el trabajo, o el respiro, de dar los nombres propios de una cultura, esos nombres son los de La Plata (la Gran Omisión debe ser leída como homenaje). Las diagonales, las plazas, los museos y los jacarandaes también.
     Pero fundar un espacio, agregaría, es también, si se sabe usar, como lo hizo Saer, como lo hizo Rulfo, como lo hace María Laura, fundar un espacio, digo, es también fundar una lengua. La lengua del río. Es buscarle a los terrones de mundo uno, uno que hable por mí, uno que me piense. Y el río de María Laura habla. Transformándose habla. Haciéndose metáfora de todo habla. El río-escritura, el río-genocidio, el río-aula, el río-mujer. Todo es río. Todo es imperfecto, sucio y movedizo. Todo parece estar y sin embargo. Todo parece quedarse y sin embargo. Todo parece moverse y sin embargo.
     Un río, un libro. Una novela que debe ser incluida (leída a la luz) en la serie de novelas que piensan la dictadura, la escritura, pero también una novela, y esta frase debería llevar tilde, que debiera leerse en la serie de novelas que piensan la vida en el aula, en la escuela quiero decir, y estas novelas no abundan. Una profesora joven aún que no sabe qué hacer con sus clases pero hace, que descree de casi todo pero enseña casi como un rezo, que querría mandar todo a la basura pero representa una obra de teatro con sus alumnos y juega, y los junta. Como se ve: siempre que hay agua espesa, hay un remo.
     La sangre derramada es la tercer obra de ficción de Fernández Berro. Hace unos años nomás abría sus puertas con una novela sorprendente a la que llamó El camino de las hormigas (2005; De la flor). Ya allí aparece otra metáfora de lo mismo que metaforiza el río: el movimiento, la imposibilidad de fijar sentidos, la degradación como esencia, la corrosión incesante como clima. Luego publicó un libro de prosas al que llamó Mujer que viene (2009; Al margen). El movimiento, el devenir, no viene del todo, como vemos, pero se mueve, se anuncia. En ese segundo libro brutal, Fernández Berro usó la tinta para dejarse caer. Es su libro más bestial. Fue su respuesta al llamado de lo salvaje.
     Hace poco apareció en las librerías una nueva novela. Esta vez se llamó La sangre derramada (2011; Babel), y ya sospechamos que este río que no es ni de Saer ni de Heráclito, este río que nació más lúbrico que puro, más descastado (sin casta ni castidad) que confortable, sospechamos que este río que nació con la sensualidad de un cuerpo remando, con viento y deseo arriba, con muertos viejos abajo, este río imperfecto que piensa, suponemos, digo, que este río que nos nada, difícilmente deje ya caer las anclas.


1 comentario:

  1. Hermoso, profundo texto. Excelente presentación de la novela. Muy bueno.

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