a él, que me dio la soga
a él, que me la quitó
Esto es una confesión. O acaso sea esta una rara muestra de
coraje. O una libación. Un sacrificio ofrecido a algún dios.
El asunto es el siguiente. Que a uno le asignan cierto lugar
en las vidas ajenas y uno no puede hacer mucho para salir de ahí, en caso de
quererlo, en caso de pensar que el lugar asignado no es el correcto o en caso de
creer que en efecto es el correcto pero igual rechazarlo. La cosa es que uno es
lo que es para algún otro y desde ahí también puede actuar. Salvar o condenar
serían los extremos. En el medio todo. Esa fue la reflexión, o esa es ahora la
justificación, que me llevó a hacer lo que hice, según pensé, y ya no sé si
pienso, con el más cristiano sentido de la ajena salvación.
Porque yo te salvé, hermano, yo te evité el camino de los
infiernos cuando te dije que aquel bellísimo poema que me mostraste era no sólo
de mal gusto sino carente de todo criterio estético. Yo te corrí del camino férreo
que me persigue desde siempre al decirte sin titubeos que aquel texto que parecía
provenir de los dioses más perfectos de la medida y la vibrante desmesura era
un híbrido insípido cuyo arreglo sería un intento fallido desde el inicio. Yo
quise guardarte de gente como yo cuando después de leer aquel último verso increíble
que me dejó el cuerpo saturado de sangre emocionada y perpleja levanté la
mirada y fingí la cara de la desaprobación más total, auténtica y acongojada. Fui
yo quien te salvó, hermano, de gente como yo, fui yo quien te guardó entre
otros de mí. De gente que interpone la gloria al consumo suelto del cariño, el
respeto al destino inexorable del amor, la palabra a la sangre derramada de la experiencia.
Algún día, hermano, quizás hoy, al leer esto, me detestarás
con razón. Yo me quedo vacilando entre el altruismo y la culpa. Usando la
palabra de nuevo para decirte otra vez que no vuelvas a intentarlo. Que sos demasiado
temprano, demasiado bello, demasiado cuerpo, para detenerte a ser demasiado tarde.
Interesante "mea culpa" para leer entre líneas, como siempre. Pero aferrándome a la anécdota, creo que es un dilema ético-estético. Y no sé -nunca me lo pude responder convincentemente - si hay alguien que tenga el derecho, la razón y la verdad... Al fin y al cabo, nadie está libre de subjetividades. "In dubio pro reo" jajajajaja. Salvo casos de "in fraganti" delito.
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