A Gabriel, que se vio
Nadie mira al espejo. Los pocos que lo han hecho murieron
locos, desoídos, confusamente célebres o se hundieron en el mar blanco con la
cera de las alas fundida por el sol. Nadie mira al espejo. Miran un gesto, una
treta, una mímica, una decisión. Le exigen al espejo una imagen previamente concertada,
enuncian frente a él una pregunta falsa cuya respuesta cierta jamás se quedan a
escuchar. Nadie se deja en un espejo. Nadie se rinde. Nadie se queda. Los pocos
que lo han hecho murieron de horror, de distancia, de estupor, de desnudez, de espesor.
El espejo es el lugar de la confirmación, no del espanto. De la brisa suave, no
del viento. Quienes quitan los espejos de sus vidas de algún modo se
presienten, se intuyen, de algún modo se buscan. Quienes llenan sus paredes con
espejos se distraen, se alejan, se ausentan, se evaden, se evitan. Porque hay
aguas y aguas, y hay espejos y espejos. La distancia entre ellos es tan brutal
como la grieta abierta para siempre entre un hombre y su reflejo en el lago o
su sombra. Nadie mira al espejo. Los pocos que lo han hecho han muerto de
desierto, de desencanto, de intemperie, de barbarie. Cuenta la leyenda que un
muchacho joven, rubio y serrano no hizo otra cosa en su vida que evitar su
reflejo. Su eco. Pero una mañana la fatalidad lo sacó del espejismo y lo puso
frente a sí. No sabemos qué vio. La flor que dejó, eso todos lo sabemos, está
harta de ironía.
Voy a tardar en hacerte un comentario sobre este texto,porque con una lectura no me alcanza. Besos.
ResponderEliminares tan estupendo que me deja sin voz !! y como liliana necesitaria varias lecturas antes de decirte mas ! besos
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