Soy cuerda. Una yema lisamente me pulsa. A veces una uña. Duele. Vibro yo y vibra el aire si me tañen. Sueno. Me sostengo un breve tiempo en esa suave oscilación. Después mi canto se va de mí nunca supe adónde. Se apaga. Lentamente se pierde. Levemente lo extraño hasta el próximo roce. Soy cuerda. Nada más que un hilo de nylon trenzado en cobre blanco o arena. Un lazo semitenso entre un puente de ébano negro y una clavija bañada en plata o bronce. Soy cuerda. Brillo al principio. Se me puede ver en las primeras noches blanca como el día, dorada como el tiempo. Me opaco luego con el correr de los dedos. Soy cuerda. Cuando más tiemblo más me siento. Fabrico sin querer un sonido grave del mismo color tenue de la mano que me pulsa. Soy su grito. Su soplido. Su silencio. Su gemido. Soy cuerda. Oigo detrás una respiración. Siento sobre mí la misma piel de siempre que no se agita con la transpiración. Soy su boca. Su beso oscuro. Su vientre lleno. Una sola cosa dijo toda su vida y aún no lo escucharon. Me calmo. Imperceptiblemente. Mi temblor se va alisando. Desaparezco lento como un ocaso. Ya no sueno. Reposo. Detrás de mí un corazón late más fuerte que yo.
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