Acá se muere el tiempo
había escrito el abuelo en la puerta de entrada
en la tranquera de madera debería decir
del campo
con pintura azul y manuscrita
Acá se muere el tiempo
escribió
arriba en realidad de la tranquera
en una madera sobresalida de acacia
en tinta azul y manuscrita
y entró
quizá para siempre se me ocurre
se me ocurre ahora quiero decir que lo escucho
ahora que le escucho el pensamiento y la sonrisa módica
irónica o gastada
más bien gastada diría y melancólica
descreída quizá
piadosa
ahora que le escucho los pasos altos marrones de vestir
los bolsillos de quinotos mandarinas
ahora que le escucho la frase que no me decía
que no pronunciaba quiero decir
a mí
arriba de la camioneta vieja Ranchero roja
al borde de la tranquera afuera
mirando hacer al abuelo grandote
el sol a medio caer
todo que lo hacía para los demás
todo que lo hacía para quién
para quién todo que lo hacía
me pregunto hoy que lo escucho respirar con íntima rabia
que le escucho el pulso sobre la madera
Acá se muere el tiempo
sin creer lo escucho sin decir una palabra
le escucho la camisa desavenida con el tiempo
la calvicie incongruente con el sauce
la altura agachada incoherente con la camioneta roja
deslucida
conmigo
Acá se muere el tiempo
y entró para siempre me digo hoy
cuando no sé siquiera si creerme
no sé siquiera si alterar su historia y hacerlo morir
campesina literariamente en las lagunas de un arreo
o simplemente dejarlo morir como fue
caerse en el guardaganados
quebrarse la pierna
golpearse la nuca contra el hierro
por el que no debían pasar las vacas
o morirse del corazón sin averiguar en qué pensaba el
corazón
o aún si pensaba
dejarlo morir en su taller de herrero
detrás de la pileta con moho
con la pinza en los dientes y la vista clavada en un gorrión
dejarlo morir injustamente como un abuelo real
antes de pintar la acacia en tranquera del campo
antes de ir a buscar al taller la pintura incluso
antes de pasarle agua ras a la brocha
porque esa tarde pintaría en la tranquera del campo
una frase inolvidable
o recordable apenas para quien lo vio de cerca
(porque después la madera cayó y se lavó con la primera
lluvia)
la sonrisa en el cuerpo largo
de espaldas
los dientes blancos pintados en el borde rendido de la mano
sonriendo a la posteridad que nunca tuvo
haciendo de sí una pirueta
una larga mueca
una fotografía que a veces me dice todo
y a veces no me dice nada
Muy bello. Ese abuelo es tu gran inspirador, qué bueno. Ahora que soy abuela quisiera ser una minúscula y bella inspiración para mis nietos.
ResponderEliminarSí, Liliana, el abuelo sigue siendo el gran inspirador. Aunque, claro, me cuesta un poco ya distinguir lo que de mito tiene la realidad.
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