La mano busca y se mete en la trama de látex como en una casa justa y nueva. Poco a poco la trama se abre, se estira y se informa. Dedo a dedo, poco a poco, la trama naranja va dibujando la carne de la mano que aloja. Primero el índice, luego el mayor o el anular, el meñique después y apenas más tarde, finalmente, el pulgar. Después de las últimas convulsiones del acomodamiento, el látex recibe la vida también de la mano que lleva dentro. Entonces se arrima a la canilla con precisión, sin vacilar, y con un movimiento complejo y finamente orquestado de tres o cuatro dedos la hace girar hasta que sangre. La canilla al cabo se abre. El agua cae en chorros verticales hacia abajo. Salpica y cae. Juega. Se renueva y se pierde y cae. Luego el látex ya con decidida forma humana regresará al mecanismo en forma de flor de la canilla, realizará otro difícil movimiento coordinado y el agua dejará de caer. Lo hace con facilidad. El látex transpira o gotea. Se ha mojado. El color naranja se pone brilloso y liso. Ha danzado sin respiro circularmente en cada vaso, ha flotado ágilmente y con delicadeza sobre cada plato, ha girado con soltura en cada olla, ha iluminado o le ha devuelto la luz a cada cubierto, con una técnica compleja, sorprendente, rápida e invisible. Por momentos se hace ave, se hace árbol, flor, molino de viento, trigo, humo, junco, fuego. Pero el agua ha dejado de caer. La trama de látex ya se va. Su trabajo terminó. Tendrá que regresar a la informidad del inicio. Tendrá que escurrirse en un olvido en el que nadie cree. Tendrá que volver a no ser nada, otra vez, no sabe cuánto tiempo, en silencio, adentro de un cajón.
Tendré que empezar a usar guantes, a ver si vuelo más. :) Gracias Cristian! Me encantó. Beso!
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