Se fue muy lejos para sacar aquella foto que tituló “Autorretrato
de quien”. Se fue al río, nunca supimos a cuál. El tío no conocía el río ni le
gustaba viajar. De todos modos la foto no miente. Es nimia y fundamental a la
vez. Excesiva y precaria. Los colores son escasos e intrascendentes. No los
recuerdo. Quizá haya sido sacada en banco y negro. No lo sé. Lo que todos vimos
en la foto fue agua. De eso nadie dudó al recordarla. Al fondo algunos dicen
recordar árboles, aunque sospechan un posible agregado de la memoria. Una
redención. No era primer plano, eso sí. Se veía el agua, mansa, y destellos de
sol, reflejos, desperdigados pálidamente en la superficie monótona de la foto. Alguien
notó la ausencia de arena, una vez, de costa, de alguna balaustrada que
mostrara el punto de mira, la proa de alguna embarcación, la rama de un árbol,
algo que diera cuenta de la posición del fotógrafo al momento de llevarse la
imagen. Pero no. Todos recordamos agua. Coincidimos en la indiferencia esencial
de la foto. Estamos de acuerdo también en la baja calidad de la toma. Pero nos
gusta. Quién sabe por qué nos hemos empecinado en pedirle a la foto un recodo,
una hoja cerca, un fragmento de figura humana, para adivinarle el cuerpo al tío,
el deseo. Nada. Todo agua y reflejos caprichosos tirados al tun tun en el río.
No sé por qué nadie duda de que en verdad es un río, pero nadie lo hace. Ni
mar, ni arroyo, ni laguna. Río. La única huella del punto de mira, en verdad,
podría ser una mancha redonda pequeña en uno de los lados de la foto. Algunos
proponen que se trataría de una gota de agua en la cámara. En ese caso, la foto
estaría tomada más bien desde adentro.
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