A veces un río me nada. Me manda. Yo me recuesto secreto y mudo sobre las piedras del fondo y un río me ahoga. Me vierte. Me remonta. Acerco tan despacio la cara de arcilla a la humedad de la arena y un río me traga. Me devora. Me bebe. Me nace. A veces por la noche me crece y por la mañana a veces vuelve. Yo le doy el cuerpo de barro para que se hunda en los poros blandos de mi silueta. A los pájaros les cuesta pedir perdón cuando los vuelo. Cuando los agito en el aire y llovemos. Cuando los árboles más altos nos trepan. Yo sé que llevo un viento. Yo sé que un viento me lleva. Con la boca abierta a veces el río se saca la sed y vuelve. Yo no soy quién para sacarle la saliva de la lengua. A veces un río me viene. A veces un río me deja. Me aleja. Se va al mar sin fondo del que vengo. Se arroja al mar sin huellas del que llego. No sin antes esconderme en su pecho de piel turbio y tibio. Luego esperar un sonido vital como un signo. Y escucharle el corazón como un niño.
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