Vio crecer el fuego desde abajo. Vio la noche interrumpida por los brazos extendidos de la llama. Vio en el aire intacto la blancura desarmada del humo. Vio el calor por el tono. El perfume por la forma. Pensó en las metáforas del fuego. En las sinécdoques del humo. No llegó a nada. Trajo palabras para el aire construido. Para el silencio rítmico. Para el alba prematura. Creyó en algo que no supo. Vio algo que no quiso. Supo algo que no dijo. Escribió unas líneas como siempre. Unas líneas como puentes. Como vuelos de paloma sobre el nido. Prefirió el silencio desteñido. De un salto cruzó el abismo. Tantos signos. Tantos signos. Se preguntó lo de siempre para escamotear lo de nunca. Lo de mañana. La respuesta sin pregunta. Sospechó detrás del fuego la exactitud de los hábitos nocturnos. El fuego intentaba ser naranja. El frío poco a poco se empobrecía. Caminó hasta las hojas. Dibujó un dragón adentro de una almohada. Un caballo sudando con migas de pajarito. Con paciencia le dio forma al silencio. Él estaba apagado. Mudo. Eso también no lo dijo.
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